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GUAYANA SUSTENTABLE Y UNIVERSIDAD CATÓLICA
Luis Ugalde, S.J.
Tardía formación de pueblos mestizos en Guayana
Tuvo especial dificultad la fundación estable y sustentable de pueblos mixtos (indígenas y
españoles-criollos) en el inmenso territorio de Guayana. Hay 200 años de distancia entre la
fundación de la Caracas hispana (y de otras ciudades y pueblos en la parte norte del centro-
occidente) y la fundación de Angostura (1764), Upata (1762) y Barceloneta (1769). Sumando las
tres en 1770 hay apenas 2.000 habitantes no indígenas asentados al sur del Orinoco 270 años
después de que Colón se asomara a la desembocadura de este río.
Todas las ciudades se fundaron por razones estratégicas y ninguna pudo fundarse ni
mantenerse sin apoyo indígena. Los misioneros capuchinos jugaron un papel excepcional en el
establecimiento de estos, además de las decenas de poblados sedentarios que eran asentamientos
de solo indígenas en Guayana.
Del campamento minero a la ciudad
Guayana ayer y hoy ha atraído al blanco (españoles, criollos, ingleses, norteamericanos…)
por sus potenciales riquezas naturales. Sociológicamente el campamento minero extractivista está
muy condicionado por su sentido de provisionalidad y fácil movilidad. Por el contrario en 1961 se
funda Ciudad Guayana con una clara voluntad de estabilidad y de integración social que
caracterizan el desarrollo de un pueblo autónomo y sustentable. Por eso la ciudad fue
cuidadosamente planificada y se previeron los diversos servicios estables que son necesarios y no
improvisados como en el precario campamento minero. Entre ellos queremos mencionar los
servicios educativos.
El general Alfonzo Ravard al frente de la CVG tuvo la preocupación de promover varios
colegios femeninos y masculinos a fin de poder retener asentada una población profesional de clase
media. Entre ellos se cuenta el colegio Loyola-Gumilla que finalmente se abrió en su sede actual
en 1967. Desde la lógica de los educadores jesuitas su misión no terminaba en el colegio y unos
años después nacerán las escuelas de Fe y Alegría en diversos puntos de la Región Guayanesa,
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desde Ciudad Bolívar hasta Santa Elena de Guairén, algunas parroquias en San Félix y en Unare y
la Universidad Católica.
La razón del nacimiento del núcleo guayanés de la UCAB no fue la voluntad de expansión
del centro caraqueño, sino el crecimiento natural de la siembra colegial y el deseo de acompañar
a la población de Ciudad Guayana y del estado Bolívar en sus ulteriores necesidades educativas de
estudios superiores e investigación. Al final de siglo XX era un deseo y una necesidad el nacimiento
de una universidad de calidad integral al estilo ignaciano y sembradora de valores cristiano-
católicos. Lógicamente el desarrollo de Ciudad Guayana y su industria requería ingenieros,
administradores y juristas, pero los jesuitas no podían prescindir sino enfatizar las carreras
humanistas para formar educadores y comunicadores sociales; buscando que estos estudios juntos
hicieran fructificar por todo el estado Bolívar, y otros estados vecinos, la educación y la visión
cristiana de la vida.
En los años iniciales de la creación de la Corporación Venezolana de Guayana (CVG) no
fue fácil que su dirección y altos cargos se arraigaran en Ciudad Guayana y se sintieran ciudadanos
responsables de esta naciente ciudad y no apéndices de Caracas. Ese cambio tardó años, pero se
fue logrando.
Siembra del petróleo, industrialización y ciudad
Ciudad Guayana no nació de la economía meramente minera o extractivista, aunque eso fue
en los años anteriores con dos puertos para cargar el mineral de hierro, traído por ferrocarril desde
El Pao y del Cerro Bolívar. Nace en 1961 como ciudad industrial dedicada a transformar las
materias primas convirtiéndolas en acero y aluminio, y el inmenso potencial de los saltos de agua
del Caroní en luz y energía para toda Venezuela, con tendidos eléctricos hasta en las fronteras más
distantes de Los Andes, de Apure o del Zulia.
Es un gran esfuerzo en la siembra del petróleo que reta al talento humano a humanizar y
transformar la riqueza guayanesa; transformación de la naturaleza por el talento humano que exige
universidad e investigación centrada en esa tarea. Al mismo tiempo con el reto de la trasformación
humana, con la creación de una polis, una civitas o ciudad grata y sustentable que mira de frente
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y se responsabiliza de la inmensa y prometedora región guayanesa, que solo será sustentable con
inteligencia y cuidado amoroso.
Por eso 40 años después de la fundación de esta ciudad surgen voces que piden la presencia
de la universidad católica, voces que coinciden con la vocación educadora de la Compañía de Jesús.
La UCAB nace aquí con conciencia del valor estratégico de Guayana para el conjunto del país y
también de las fragilidades de la ecología guayanesa y de la realidad antropológica del estado
Bolívar con retos específicos: No conviene una simple yuxtaposición de San Félix y Puerto Ordaz
como poblaciones distanciadas y diferenciadas, sino que junto con los puentes físicos que
comuniquen, es necesaria la unión humana y espiritual que nos identifique como nos-otros de una
misma ciudad.
Y más allá de la ciudad en el estado Bolívar tomamos conciencia de la necesidad de la
interacción entre criollos e indígenas, no congelados en el tiempo ni convertidos en piezas de
museo, sino en una interacción de mutuo aprendizaje dentro de una sociedad que reconoce las
diversas culturas que la nutren y exigen. Todo ello es necesario para que la región sea sustentable.
UCAB y Guayana sustentable
Por eso desde el inicio mismo de la Universidad Católica en Guayana quisimos capitalizar
la marca UCAB, con su buen nombre y patrimonio espiritual y al mismo tiempo fomentar la
autonomía y la específica creatividad guayanesa, de acuerdo a sus necesidades y capacidades.
UCAB-Guayana, todos los años desde su fundación ha organizado el foro anual “Guayana
Sustentable”; Veinte foros con su correspondiente publicación. La evolución de esa actividad
lógicamente lleva a convertirse recientemente en Centro de Estudios Regionales (CER).
Nacer de Nuevo
Los cristianos trabajamos con sentido de eternidad y progreso, construimos catedrales que
se mantienen durante siglos como testigos en el tiempo, con bellezas para ser disfrutadas por
generaciones y cantadas por los ángeles. No son ranchos provisionales para celebrar una misa de
campaña.
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Hoy vive Guayana momentos de grave dificultad, arrastrada por la tragedia nacional de
haber escogido un camino equivocado, sometido a un modelo repetidamente fracasado en el
mundo. Pero no es el final, sino el comienzo de una nueva etapa. A este propósito permítanme
presentarles un recuerdo de la familia jesuítica en tierras guayanesas. En 1767 el P. Gilij y siete
jesuitas más eran conducidos presos arrancados de sus comunidades indígenas de La Urbana,
Cabruta, La Encaramada, San Borja y Atures. Desde la goleta que los llevaba a La Guaira al pasar
por aquí vieron con asombro la lucha de las aguas de dos colores, las del impetuoso Caroní y las
del inmenso Orinoco, que luchan hasta terminar reconociéndose y fundiéndose en un abrazo
unificador que engrosa el gran río.
Estos jesuitas, luego de seis meses confinados en La Guaira, serían conducidos a su
destierro en Italia. Los jesuitas expulsados e inicuamente perseguidos de sus territorios y colonias
por los reyes borbones de Francia, Portugal y España, fueron tratados como delincuentes y los
monarcas de poder absoluto no descansaron en su presión al Papa Clemente XIV, hasta lograr la
supresión de la Compañía de Jesús. Podemos imaginarnos la tragedia que supuso esa inicua
persecución y extinción para los americanos de las colonias españolas, despojados de las
instituciones educativas y de la presencia evangelizadora y defensora con labor de civilización
entre y con diversos pueblos indígenas. Dicen los historiadores que ese agravio y despojo a los
americanos vino a agravar la indignación de estos y a aumentar sus razones para buscar su
Independencia.
Pues bien, medio siglo después otro papa, Pío VII, en 1814, restauraba la Compañía de
Jesús que poco a poco fue renaciendo en las diversas repúblicas americanas. Venezuela fue de las
últimas, pues no se les permitió regresar hasta 1916 y en número restringido de solo tres.
Justamente en 1967, 200 años después de que los jesuitas expulsados se despidieron de
Guayana con lágrimas de destierro, se abrió el colegio Loyola-Gumilla en su sede actual y 50 años
después jesuitas de todo el mundo elegían como actual Superior General al jesuita venezolano
Arturo Sosa. Esto nos ha de animar para leer y vivir nuestra historia con sentido de eternidad y de
Providencia, que ayuda a convertir las tragedias en oportunidades de transformación.
Hoy también en lugar de ponernos a llorar sobre las ruinas de SIDOR, de Venalum o en las
humillantes colas para la gasolina, estamos invitados a sentirnos retados en nuestra creatividad para
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nacer de nuevo como país democrático, próspero y sustentable. Ese es el horizonte de la
Universidad Católica en Guayana y de su actual Centro de Estudios Regionales.
En nuestro país, tras el terrible verano de sequias, incendios y muerte, asombra el reverdecer
con las primeras lluvias. Así será Venezuela y Guayana y las veremos nacer de nuevo con nuestro
talento y trabajo y con la bendición de Dios.