Hoy vive Guayana momentos de grave dificultad, arrastrada por la tragedia nacional de
haber escogido un camino equivocado, sometido a un modelo repetidamente fracasado en el
mundo. Pero no es el final, sino el comienzo de una nueva etapa. A este propósito permítanme
presentarles un recuerdo de la familia jesuítica en tierras guayanesas. En 1767 el P. Gilij y siete
jesuitas más eran conducidos presos arrancados de sus comunidades indígenas de La Urbana,
Cabruta, La Encaramada, San Borja y Atures. Desde la goleta que los llevaba a La Guaira al pasar
por aquí vieron con asombro la lucha de las aguas de dos colores, las del impetuoso Caroní y las
del inmenso Orinoco, que luchan hasta terminar reconociéndose y fundiéndose en un abrazo
unificador que engrosa el gran río.
Estos jesuitas, luego de seis meses confinados en La Guaira, serían conducidos a su
destierro en Italia. Los jesuitas expulsados e inicuamente perseguidos de sus territorios y colonias
por los reyes borbones de Francia, Portugal y España, fueron tratados como delincuentes y los
monarcas de poder absoluto no descansaron en su presión al Papa Clemente XIV, hasta lograr la
supresión de la Compañía de Jesús. Podemos imaginarnos la tragedia que supuso esa inicua
persecución y extinción para los americanos de las colonias españolas, despojados de las
instituciones educativas y de la presencia evangelizadora y defensora con labor de civilización
entre y con diversos pueblos indígenas. Dicen los historiadores que ese agravio y despojo a los
americanos vino a agravar la indignación de estos y a aumentar sus razones para buscar su
Independencia.
Pues bien, medio siglo después otro papa, Pío VII, en 1814, restauraba la Compañía de
Jesús que poco a poco fue renaciendo en las diversas repúblicas americanas. Venezuela fue de las
últimas, pues no se les permitió regresar hasta 1916 y en número restringido de solo tres.
Justamente en 1967, 200 años después de que los jesuitas expulsados se despidieron de
Guayana con lágrimas de destierro, se abrió el colegio Loyola-Gumilla en su sede actual y 50 años
después jesuitas de todo el mundo elegían como actual Superior General al jesuita venezolano
Arturo Sosa. Esto nos ha de animar para leer y vivir nuestra historia con sentido de eternidad y de
Providencia, que ayuda a convertir las tragedias en oportunidades de transformación.
Hoy también en lugar de ponernos a llorar sobre las ruinas de SIDOR, de Venalum o en las
humillantes colas para la gasolina, estamos invitados a sentirnos retados en nuestra creatividad para