cotidianamente. Sin demonizarlos ni
endiosarlos, sino sabiendo que apropiarse
positivamente de ellos requiere conciencia de
las coordenadas histórico-culturales de las
diversas regiones del planeta.
Al respecto es notable lo que sucede con
las TIC (Tecnologías de la Información y la
Comunicación) que, por un lado, ofrecen
numerosas ventajas como mayor acceso a la
información, reducción de costes en el sector
laboral, mayor conectividad entre las
personas, etc. Pero que, por otro lado, la
digitalización no se está dando por igual en
todo el mundo. Porque, también en esto,
existe un desequilibrio, esto es, una brecha
digital. Su superación exige, más allá de la
simultaneidad y la sincronía virtual, un nuevo
entendimiento de la realidad intercultural.
De modo que, la necesidad de reconocer
y valorar la diversidad cultural en un mundo
globalizado, interconectado e interdepen-
diente, pasa por la comunicación intercultural
basada, no en el encanto de la virtualidad ni
en comparaciones sesgadas y etnocéntricas
(“adelantados” y “atrasados”), sino en la
relacionalidad plasmada en interrelaciones
horizontales que se resisten a la pérdida del
contacto presencial. Esto es, en una
interculturalidad entendida como un proceso
fluido y continuo de las culturas que incluye
la identidad, la corporalidad y el lenguaje,
cuyo sentido no está en mediar un consenso
racional abstracto, sino en volver a mediar un
consentimiento de valores como puente entre
culturas.
Interculturalidad y democracia
La popularidad de la idea de
interculturalidad en diferentes partes del
mundo significa que existen muchos
significados y formas diferentes en que se
entiende, representa y expresa la noción. En
contraste con la polisemia de lo intercultural,
la democracia a menudo parece entenderse
superficialmente a través de
conceptualizaciones universalistas y/o
absolutistas. Combinar interculturalidad y
democracia requiere, por tanto,
problematización.
Tal problematización requiere un
abordaje ético-político que lo distinga, tanto
de la idea del destino (fatum), del
providencialismo, de la pretendida
superioridad de la razón ilustrada frente a
cosmovisiones orales, míticas o ancestrales,
consideradas buenas para los museos y los
simposios, pero no para el desarrollo y el
progreso, también que sepa lidiar con las