montañas, la Conquista surge como una obra
de piedad. Se mataba por misericordia, se
saqueaba por piedad. Fue toda una suerte
cruzada desgraciada al modo español.
Recordemos que Colón tuvo el propósito de
buscar riquezas para ir al rescate de Jerusalén.
Luego esta idea fue olvidada. “Toma la
Biblia, dame la tierra”, se escucha en la
“Huelga de amores” del grupo de rock
argentino Divididos. Fue de tal magnitud el
caos de la conquista que se hace una
legislatura especial: Las leyes de Indias.
Todo era un afán de conquista. El emperador
azteca, “supersticioso y débil” (Blanco
Fombona, 1981, p. 113), cree en hombres
nuevos que vienen de donde nace el Sol.
España queda al noreste, las coincidencias no
carecían de lógica. Todorov (1987), citando a
los cronistas, refiere que el indígena no se
opone a los españoles porque los considera
dioses: “los españoles ganan la guerra. Son
indiscutiblemente superiores a los indios en
la comunicación interhumana”, y agrega: “el
silencio de los dioses pesó tanto en el campo
europeo como en el de los indios” (p. 104).
Ante la ventaja de la estrategia de
comunicación, ante la viveza ibérica y la falta
de malicia del indígena, el conquistador
impuso su fe.
El dominio de la territorialidad se ejerce a
partir de la palabra. A las ciudades fundadas
se les daba el nombre del pueblo nativo del
fundador o el nombre del santo de devoción:
Córdoba, Pamplona, Cuenca, Medellín,
Trujillo, Barcelona. Otras para el patriotismo
religioso: Santiago, Concepción, Espíritu
Santo, San Fe, Trinidad, Asunción, Los
Ángeles, Santo Domingo, Santa Marta. Pura
devoción, como acertadamente analiza
Mignolo (1996): “Colonización es… una
cuestión de apropiación territorial” (p. 18), y
agrega: “Colón ocupa un lugar singular. Su
lectura de las Indias occidentales es una
apropiación territorial que se corresponde
con la expansión territorial” (p. 21).
Ya desde el segundo viaje de Colón aparecen
los clérigos con una misión civilizadora y de
expansión territorial. Tendrán un papel
fundamental en la conquista. Llega un
momento en que los indígenas, en su
mayoría, le toman igual odio tanto al
conquistador como a los misioneros. El
capellán está en la lista, nunca falta sobre
todo para confesar a los moribundos para
quitarles su herencia. Morir sin confesión era
penalizado por las Leyes de Indias. A los
árabes no se les permitió quedarse en España
sin bautizarse. En La Araucana, Caupolicán