incorporación del diálogo y la
prosopopeya.
Una vez el director cuenta con el texto
teatral, recrea la escena de forma
especular: en el Sur acuoso está el Mago
forastero (personaje principal en el
cuento y aquí), y en el Norte oscuro su
alter ego y antagonista: el pueblo del dios
Fuego (en la obra original el
antagonismo lo expresa el narrador en
marca personal de tercera).
El público se encuentra dentro del
escenario, compartiendo por instantes la
escena con los actores, que lo tocan,
establecen contacto visual, y a quienes
pueden oler incluso. Mientras las gradas,
que por tradición son herencia del
público, aquí son territorio actoral.
Esta translocación, que nos avisa de la
tendencia posdramática de Grasso, incita
al espectador a abordar la obra, no como
quien confronta una escena
convencional, sino sumergido en la
escena misma y dirigiendo la mirada en
un orbe de 180°, por lo menos, lo cual
propicia una desrealización de su
conciencia que, en términos del teatro
posmoderno, suele llamarse inmersión.
Se me ocurre que este landscape play fue
incorporado con el propósito de borrar la
postura arquetípica con la que, tanto en
la literatura como en el teatro
convencional, se “lee” la obra: con el
libro y el escenario estrictamente al
frente.
Tal recurso determina a su vez la postura
física del espectador, pues para seguir la
historia debe volver la cabeza
constantemente en las dos direcciones en
que se desarrollan las escenas: al Norte
la pesadilla del pueblo que se ha quedado
sin fuego; al Sur, al Mago soñando al
hijo que deberá regresar la luz a aquél.
Al Norte prevalece el despliegue físico
y agitado, coreográfico, dancístico-
actoral. Lo onírico es sugerido aquí por
el vestuario de diseño cyber punk,
incluyendo una serie de máscaras que
aluden claramente a un bestiario
pesadillesco.
En el Sur es el recurso audiovisual lo que
vehiculiza los sueños antropogónicos del
Mago, acompañado de la expresión
corporal del actor, esta vez serena,
metafórica de su papel de creador,
poética en su psicología gestual.
El antefinal es marcado por un ejercicio
circense realizado con un gran aro que
recrea la unión del Mago padre y el
sueño Hijo en el signo moderno del
humano verdadero: el Hombre de
Vitrubio, ilusión que por último quedará
develada.
Una trasposición tan bien lograda en
cada detalle y de tan alto alcance
estético, anunciaba un final literario, y
ocurrió. En este caso los procedimientos
de trasposición y transformaciones
estilísticas dieron paso al texto original,
para que al unísono, todos los actores en
escena dijeran con Borges:
Por un instante, pensó en refugiarse en
las aguas, pero luego comprendió que la
muerte venía a coronar su vejez, y a
absolverlo de sus trabajos. Caminó
contra los jirones de fuego. Estos no
mordieron su carne, estos lo acariciaron
y lo inundaron sin calor y sin
combustión. Con alivio, con
humillación, con terror, comprendió que
él también era una apariencia, que otro
estaba soñándolo.
Coda: me pareció innecesario el epílogo
posterior al cierre borgiano, pero no
quiero poner objeciones a una obra que,
en la versión presentada en Mérida, ha
resultado monumental.