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Revista Guayana Moderna
ISSN: 2443-5658
No hay desarrollo de competencias sin acción y, en consecuencia, la
mayor parte del peso del proceso recae en el propio sujeto que transita el
camino formativo; trabajar por competencias implica hacer que el sujeto sea
consciente y comprometido con su propia evolución personal y, en una
universidad de inspiración cristiana y jesuita como nuestra Universidad,
compasivo, en tanto y cuanto lo competente que se aspira sea esté al
servicio del otro, de la nación y de la humanidad en general. Esto amerita
una aceptación, por parte del profesor, del hecho de que su rol debe cambiar
dramáticamente, pasar de un modelo docente céntrico a un modelo donde es
el “aprendiz” quien tiene el papel preponderante, quien debe asumir y actuar
en consecuencia, apoyado, claro está, en el docente que se convierte en un
“acompañante” y problematizador de la acción didáctica.
Una vez superada o, al menos, asumida la necesidad de cambio por
parte del profesor debe abordarse otro cambio radical, debe asumirse el
hecho didáctico como una consecución de situaciones que escapan del aula
de clase para hacer de la cotidianidad, del día a día, el mejor espacio para
“aprender”, hacer que las “tareas” sobrepasen los ámbitos tradicionalmente
aceptados implica generar niveles de participación y compromiso superior de
todos los involucrados en el procesos, ya que los profesores podemos perder
de vista nuestra corresponsabilidad, al tratar que los estudiantes asuman
roles que hasta ahora nos habían sido asignados y a su vez los propios
estudiantes pudieran verse abrumados por tener que asumir acciones para
las cuales no están preparados.
Otro factor importante a definir ante el trabajo del desarrollo de
competencias se relaciona con las interacciones que se deben dar en el aula
de clase, los expertos hablan de una relación muy cercana que permita crear
un espacio propicio para la crítica mutua, para el disenso, para la creación y
donde los limites deben instaurarse a partir de la propia dinámica del aula.